Es raro sentir la palabra encarnada
y, si sucede, la emoción nos acalla. Pero me
extrañaría errar si digo que todos hemos sentido alguna vez esos éxtasis
sigilosos a la medida de nuestra alma, que todos nos hemos alimentado alguna
vez de la palabra. Una palabra que respira no muere. Coherente con lo que
encierra, solo hay una forma de matarla. Pero, encarnada en la lengua y la literatura, entre nosotros podrá seguir amada.
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